Acompañado por la oscuridad y el silencio de una habitación me encontraba. Mi vida, por mucho tiempo, fue The Wall y su largo camino hacia la caída del muro. Fui un niño viendo el cielo azul, un joven rebelde y un hombre perdido y adormecido. Pero, un día volví a Welcome to the Machine y jamás regresé. Bajo esa misma compañía estaba yo, con la mandíbula descuadrada y los sentimientos desbordados. Seguí el camino de la máquina, de Barret. La inmensidad sónica me arrullaba y, tomando mi mano, me llevó a los más pequeños recovecos de los sentidos. Me perdí y cada se los agradezco.
No hay ni habrá palabra alguna para expresar lo que Pink Floyd hace en mi vida, en mi día a día. Su música siempre será un lugar seguro y lleno de color, ya sea verde o cualquier otro que me guste. Los extraño y viviré siempre con la pena de nunca poder haberlos visto en vivo. Pero agradezco su existencia y su música, la cual siempre estará conmigo. Para ti, diamante loco, gracias por habernos regalado tanto.